Jacqueline Garcia - La Opinion
Cualquiera que vea a Marcos Estrada, quien tiene más de 50 tatuajes en su cuerpo y cara, podría intimidarse. Sin embargo, su voz es amigable y su conversación es la de un hombre dichoso con lo que hace.
“Llevo dos meses trabajando aquí y me gusta mucho”, contó hace unos días poco antes de la celebración por el nuevo Homeboy Electronic Recycling (Almacén de Reciclaje de Electrónicos) en el centro de Los Ángeles.
Estrada nació y creció en el este angelino, donde con apenas 10 años de edad —confiesa— comenzó a involucrarse con pandilleros debido a la falta de atención en casa y a las carencias económicas que vivía.
“A los 17 años entré a prisión por primera vez y de ahí entraba y salía”, recordó este hombre de 28 años quien es hijo de mexicanos.
A finales de 2016 recibió una carta que lo hizo reaccionar. “Me acuerdo que mi hijo [de entonces 5 años] me preguntó: ‘¿Cuándo te voy a ver? Y si te voy a ver ¿Por cuánto tiempo?’… Era chiquito pero bien inteligente”, dijo Estrada.